Dulces esencias

jueves, 23 de febrero de 2012

Memories

Que el tiempo es veneno ya lo sabía yo desde hace mucho tiempo, pero es cuando todo decae a tu alrededor cuando realmente distingues ese sabor amargo de la desgracia, del segundero espídico devorando tus horas de vida: escasas, sosas, tristes, pobres... 

Haciendo memoria quise recordar cuando en tiempos ancestrales me sentí objeto, quiero decir, cuando pese a entregarlo todo me sentí ninguneada, absurda y sola. No sé muy bien por qué lo hice, el caso es que ahí estaba; con la noche metida en mí hasta las trancas, el humo del tabaco rancio invadía mis pulmones y un vaso ancho cascado de tanto uso albergaba Chartreuse a medio beber, un licor verde idilio con sabor a pera que me recordaba a muchas cosas más... Y es que el devenir de pensamientos no cesaba, de modo que me entregué a ellos como una ramera en pos de su mejor cliente. 

Recordé una ocasión en concreto, cientos de años atrás, más de los que una cuarentona amargada como yo podría aceptar. Por aquel entonces me entregué en cuerpo y alma al mayor hijo de puta de toda la historia al que consolé y besé incluso cuando sabía que él ya había dejado de amarme. Sí, lo sé, hago buen acopio de la aumentatio ciceroniana pero en aquel momento todo era vívido y tangible, y ese insulso mortal consiguió arrancarme el corazón con una cucharilla desechable. Y es que eso era yo, prescindible... y maldita sea, claro que dolía ¡a esa edad! A día de hoy cuando miro atrás me parece ridículo, hay cosas más terribles en la vida pero las descubres a posteriori, cuando ya no te quedan más lágrimas que derramar por dramas de poca monta que surcan los mares arrebatados de tu existencia. 

En fin, después de aquel recordé las caricias turbulentas de otros tantos con las que descubrí que el amor que sentía por mí misma era tan grande que ninguno de ellos podría eclipsarlo. Fue entonces cuando dejé de buscar, aprendí a degustar la soledad pérfida y lisiada y la hice mi amante. No echaba de menos las madrugadas calenturientas en brazos de desconocidos pues tenía los míos para confortarme, no echaba de menos las palabras escondidas, los poemas fingidos, pues tenía a mis drogas y mis libros, que me mecían cuando me sentía desamparada. 

En definitiva, no echaba de menos la vida pues ésta nunca tuvo nada que ofrecerme. Y es que siempre fui   una figura quijotesca taimada por las aspiraciones y los deseos que te da la juventud, pero como siempre, en algún momento aparece el Caballero de la Blanca Luna que todo lo derrota. Y aquí estoy, debatiéndome entre la muerte triste de Alonso Quijano o el espasmódico declive de Emma Bovary. 


...Dónde será que dejé el arsénico...

2 comentarios:

  1. El amor es una forma de prejuicio. Muerte y transfiguración, pero siempre de noche y con una copa de vino, si tiene usted el rigor y el beneplácito de permitirlo. Un saludo...

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  2. Mira que califico al amor de muchas maneras, pero como prejuicio no se me había pasado por mi barroca sesera. Sabe usted que vino no, algún licor extravagante con colores nucleares podría ser...

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