Dulces esencias

sábado, 31 de agosto de 2013

Cimientos

Vivir la vida o que la vida te viva a ti. Vivir, respirar, suspirar. Aire. Observar la vida del resto, mientras la tuya propia se escapa, se inhibe, se hace pequeña e insustancial. Inútil. Candente como las llamas sobre la madera. A menudo enlazamos rutinas porque quizá de esa manera las cosas parecen tener más sentido. Me levanto por las mañanas -utilizo cuatro despertadores diferentes porque la vida se me hace pesada por las mañanas y me oprime los pulmones, y así, de a poco, se alza por encima de mis costillas y me permite despertar-. No me gusta vestirme en seguida, así que deambulo por la casa, entre acelerada y parsimoniosa, sin saber muy bien si voy tarde o no voy. El té con leche, las tostadas, las obligaciones. Maquillaje en el espejo del alma, mucho, porque mi alma está más turbia que de costumbre. Coger el tren, el metro, cruzar la puerta de la cafetería y aposentarme, como una señora de alta alcurnia, en una silla de madera vieja, incómoda. Férrea.

Si la vida es eso que se escapa mientras hacemos otros planes entonces he de decir que no tengo vida, porque todo se paralizó hace un tiempo, en seco, sin avisar, sin más. Cimientos reforzados durante años cedieron ante las incongruencias que la vida acostumbra a regalarme, algo así como un trofeo lleno de malas pasadas; con un letrero roído del que apenas se puede leer mi nombre. Pero en fin, el reloj no se para, el minutero es nervioso y sigue adelante, tictac.

Robar miradas, anhelar, desear, desearte. Y echar mucho de menos. Viernes sin planes, comer techo, y que eso no importe. Porque nada importa ya.