Dulces esencias

sábado, 1 de diciembre de 2012

Ausencias


Cuando una persona se marcha, su ausencia se encuentra en las pequeñas cosas, en esas pequeñas manías que mientras están a tu lado invocan una furia pasiva que te sacude por dentro para escupir cuatro blasfemias incoloras y así quedarse uno vacío de rabia.

Cuando su ausencia invade los rincones, es el momento en el que esas manías se transforman en susurros de nostalgia y sabes que lo que queda apenas son ecos del pasado. Cuando ya no hay platos apilados en el fregadero, cuando ya no escuchas el hilo de la radio allá por donde pisas, cuando el recuerdo de las napolitanas calientes se diluye en el tiempo, cuando de las discusiones sólo quedan los perdones y la estela de las promesas rotas que se llevó consigo.

La ausencia duele, rasga y destroza pero aún desgarra más cuando te encuentras con el último rescoldo de esas costumbres que tanto te irritaban, cuando encuentras el último boli sin tapa, el último mensaje escondido en tu bandeja de entrada, cuando entiendes que después de todo aquello, lo último que te queda es su silencio y nada más.  

lunes, 19 de noviembre de 2012

Marcial


El calor asfixiaba como un violador a su víctima. Las gotas de sudor resbalaban por la nuca de Marcial, formando un charquito en la rabadilla que se traspasaba a su camisa, una camisa hortera de rallas verdes y blancas con mangas cortas; un pantalón sobaquero culminaba su atuendo con un cinturón de piel barata. Se encendió un pitillo y salió a la calle. El aire caliente le abofeteó y sintió mimetizarse con el ambiente, si había algo más caliente que un viernes de julio a las seis de la tarde, ese era él.

Se había divorciado de su mujer hacía unos años, sabía que no era un Adonis pero que otra mujer se hubiese fijado en él lo había hecho sentirse el joven que ya no era. La cosa no duró demasiado, un affaire sin importancia que no le había llevado a ninguna parte. Desde entonces sólo encontró compañía entre los brazos de las putas. Luisa era su favorita, 23 años incólumes mancillados por cada embestida de su polla marchita. Le gustaba creer que la joven veía algo en él pero Luisa tan sólo notaba su aliento rancio en la entrepierna, su lengua agrietada y blanquecina barriendo sus caderas y sus dientes amarillos por el tabaco chocando contra los suyos en un beso demasiado furtivo. Siempre ansiaba la huida, el terminar, el silencio quebrado por la respiración acelerada de Marcial, tendido sobre la cama desgastada del hostal. Se ponía la ropa interior perfumada, cogía el dinero y se iba como alma que lleva el diablo.

Cuando llegó la crisis, Marcial tuvo que renunciar a las putas y con ello, renunciar a Luisa para lidiar con una soledad a la que no estaba acostumbrado. Fue por ese motivo por el que contrató una tarifa de datos que dedicaba exclusivamente al porno.

Aquel viernes estaba especialmente excitado, no sabía si era la ola de calor o la abstinencia obligada, pero allá dónde miraba encontraba alguna joven jugosa a la que le gustaría arrancarle las bragas. Adoraba la nueva moda basada en la ausencia de cualquier cosa, faldas cortas y mucha carne que mostrar.

Se metió en la boca del metro, una brisa calentorra le envolvió y unas enormes gotas de sudor resbalaron por sus sienes. Apenas lo notó, toda su atención se centraba en las nalgas de una niña de dieciséis años que asomaban indiscretas por un short demasiado corto. Se le puso dura en un microsegundo y aprovechando que tenía las manos metidas en los bolsillos se palpó disimuladamente, unos golpecitos de consuelo. Carraspeó y recogió las gotas de sudor con la palma de la mano, esperando que se le bajara la erección lo más rápido posible. Dirigió sus pasos distraídos a un andén cualquiera del metro y divisó el panorama, madres con niñas demasiado pequeñas, obreros cansados profiriendo un hedor indescriptible y sí... ahí estaba, una joven enfundada en un vestido negro, siguiendo el ritmo mudo de la música que salía de sus cascos.

Marcial no tenía un patrón fijo de mujeres, el morbo que rezumaban era por distintos motivos, tener unas piernas muy largas, el cabello demasiado corto... daba igual, el deseo que suscitaban residía en determinados detalles. Sin embargo, había ciertos universales como las colegialas en las películas porno y las góticas o cualquier derivado salido del Averno que pudiera llevar un látigo de siete colas en el bolso. Y allí estaba, joven, dominando el andén. Marcial lo vio claro, aquella tarde se sentía especial. Se pasó la lengua por los dientes y se peinó con la mano, intentando disimular la calva, el poco pelo que le quedaba, una alfombra mugrienta con cuatro mechones llenos de grasa. Se pensó infalible, atractivo, era hora de desenfundar sus armas.

Se acercó aprovechando que el tren estaba a punto de llegar, las palabras salieron de su boca como un buche de vómito caliente una mañana de resaca: "¿Y tú eres... gótica?" Una mueca de asco cruzó el rostro de la muchacha, como un relámpago en una noche estrellada. Marcial trató de agradarla con una conversación vacua, plagada de flirteo oxidado: "¿Sabes? Le fui infiel a mi mujer, la dejé y dejé a mis hijos. Con el tiempo me eché una novia de tu edad; ella tenía novio pero quedábamos y follábamos como cerdos. Sexo sucio, salvaje, de lo más caliente. Yo a ella le gustaba... quizá tú y yo podríamos... Seguro que eres buena en la cama" apuntilló mientras le tocaba un brazo.

Su víctima no pudo hacer otra cosa que esconder su espanto, rechazó a aquel cuarentón infame y se marchó a paso rápido, al borde de la arcada. Marcial se quedó sin saber qué decir, con la costura del pantalón extrangulándole los huevos, duros como bolas de petanca. Metió la mano en el bolsillo y contó los billetes que había, dos rojos. Igual le daban para una mamada y así revivir viejos fantasmas, mientras ahogaba sus penas en la boca de su prostituta favorita.

miércoles, 11 de abril de 2012

Espirales

Marta dice que la vida es como una espiral, nunca he entendido muy bien a qué se refiere con ello; si a la vida como una debacle de sucesos o a un vórtice inconcluso que se precipita al vacío. Sin embargo, la sola imagen de la espiral ya me da vértigo de por sí.


Admito haber investigado un poco, por aquello de ampliar conocimiento y no quedarme en la superficialidad de las cosas. De la espiral dicen que representa el Sol y el tripartito "nacimiento-muerte-renacimiento". La espiral se me antoja entonces vida, aunque una vida vertiginosa que se sabe dónde empieza pero nunca cómo acaba. La espiral es inconclusa, un poco como Marta, un poco como todos; y lo único que podemos hacer es fluir con las líneas para ver dónde terminamos. La vida es pues sorpresa anodina, para bien o para mal siempre será una enorme incógnita, un enigma mal formulado con la forma de una interrogación.


Dicen algunos filósofos que representa el pensamiento cíclico, en fin, para mí que el pensamiento siempre lo fue o al menos en mi cabeza nada matemática debe reinar impasible una tirana espiral que en determinado punto retoma donde lo dejó aquello que ya creía olvidado.


Pertenezco a este lugar
Pese a los embrollos mentales de Marta, es una persona más que inteligente. Carga a sus espaldas una enorme vocación por la historia y la arqueología -entre otras cosas- que a día de hoy, bueno, no le dicen mucho a la humanidad. Quizá por eso comenzamos a repetir los errores de antaño... ¿Será esto un comportamiento en espiral?


En cualquiera de los casos ella lo estudia con devoción; en ocasiones se cansa y se lamenta diciendo que debería haber estudiado enfermería, pero yo sé que le irá bien. Lo que pasa que a veces nos frustramos, cuando sientes el frío soplo de la sociedad podrida en la nunca, tantos años de esfuerzo, tanta ilusión derramada por los pasillos de la facultad, tantos agobios camuflados en hojas de papel. Yo no sé Marta, pero a mí lo que mejor me sabe de estas épocas de estudio son los cafés de mañana, entre risas dormidas y buena compañía, degustando hasta el último minuto de libertad taimada que sabemos, se acaba cuando sales por la puerta de la cafetería.


De Marta lo que más me gusta es su risa, se le llena toda la cara de una alegría inaudita y siempre explota en carcajadas, como un globo cede ante una uña afilada. Es ciclotímica y lo sabe, pero con el tiempo ha desarrollado una extraña panacea de pseudoindiferencia ante la vida que le sienta muy bien. Desde hace bien poco ha decidido que la vida es hermosa y se le hace feliz con muy poco, aunque eso no implica que no sea exigente.


Marta quiere comerse la vida, una vida con sabor a tomate natural y forma de espiral.

jueves, 23 de febrero de 2012

Memories

Que el tiempo es veneno ya lo sabía yo desde hace mucho tiempo, pero es cuando todo decae a tu alrededor cuando realmente distingues ese sabor amargo de la desgracia, del segundero espídico devorando tus horas de vida: escasas, sosas, tristes, pobres... 

Haciendo memoria quise recordar cuando en tiempos ancestrales me sentí objeto, quiero decir, cuando pese a entregarlo todo me sentí ninguneada, absurda y sola. No sé muy bien por qué lo hice, el caso es que ahí estaba; con la noche metida en mí hasta las trancas, el humo del tabaco rancio invadía mis pulmones y un vaso ancho cascado de tanto uso albergaba Chartreuse a medio beber, un licor verde idilio con sabor a pera que me recordaba a muchas cosas más... Y es que el devenir de pensamientos no cesaba, de modo que me entregué a ellos como una ramera en pos de su mejor cliente. 

Recordé una ocasión en concreto, cientos de años atrás, más de los que una cuarentona amargada como yo podría aceptar. Por aquel entonces me entregué en cuerpo y alma al mayor hijo de puta de toda la historia al que consolé y besé incluso cuando sabía que él ya había dejado de amarme. Sí, lo sé, hago buen acopio de la aumentatio ciceroniana pero en aquel momento todo era vívido y tangible, y ese insulso mortal consiguió arrancarme el corazón con una cucharilla desechable. Y es que eso era yo, prescindible... y maldita sea, claro que dolía ¡a esa edad! A día de hoy cuando miro atrás me parece ridículo, hay cosas más terribles en la vida pero las descubres a posteriori, cuando ya no te quedan más lágrimas que derramar por dramas de poca monta que surcan los mares arrebatados de tu existencia. 

En fin, después de aquel recordé las caricias turbulentas de otros tantos con las que descubrí que el amor que sentía por mí misma era tan grande que ninguno de ellos podría eclipsarlo. Fue entonces cuando dejé de buscar, aprendí a degustar la soledad pérfida y lisiada y la hice mi amante. No echaba de menos las madrugadas calenturientas en brazos de desconocidos pues tenía los míos para confortarme, no echaba de menos las palabras escondidas, los poemas fingidos, pues tenía a mis drogas y mis libros, que me mecían cuando me sentía desamparada. 

En definitiva, no echaba de menos la vida pues ésta nunca tuvo nada que ofrecerme. Y es que siempre fui   una figura quijotesca taimada por las aspiraciones y los deseos que te da la juventud, pero como siempre, en algún momento aparece el Caballero de la Blanca Luna que todo lo derrota. Y aquí estoy, debatiéndome entre la muerte triste de Alonso Quijano o el espasmódico declive de Emma Bovary. 


...Dónde será que dejé el arsénico...

martes, 10 de enero de 2012

Jag

Jag era retrasado mental. Sus leves rasgos delataban que algo no había seguido los parámetros comunes y habían decidido que fuera diferente. Arrastraba las palabras y acostumbraba a sacar la lengua de entre sus labios cuando callaba, como si fuera una tortuga saliendo del caparazón; pero a todo le ponía mucho empeño. A decir verdad, aquello le daba igual, era su forma de ser y no le avergonzaba; odiaba los eufemismos y le sacaba de quicio que las personas fueran amables con él por alguna estúpida consideración de su inferioridad o debilidad inventada. Era alto y robusto, nunca había necesitado que le defendieran. Tenía una tez blanquecina con unas tenues pecas que se dibujaban en sus mejillas sonrosadas, como un estornudo de estrellas en el cielo, y una melena pelirroja no demasiado larga y siempre desgreñada que le daba un toque de rebeldía muy favorecedor. Jag era muy guapo, pero muchos no lo veían; tan sólo notaban ese noséqué que les perturbaba.


En su vida había tenido un montón de desamores, como todo el mundo. Esto le ocurría porque tenía un corazón vivaracho que se posaba aquí y allí, acoplándose a los latidos de cualquier mujer bonita que detectaba. Jag no se enamoraba de las mujeres hermosas por fuera, sino de las que lo eran por dentro. Detestaba sobremanera la superficialidad que reinaba en el siglo XXI, chicas que oteaban su reflejo en un escaparate cualquiera con los cristales en fondo negro, pues así se intuían mejor, y se arreglaban ese mechón descolocado por fuera de su gorro de lana o se matizaban un poco la máscara de pestañas que se les había depositado en el párpado inferior, como un montón de ceniza en una chimenea apagada.


Le entusiasmaba el invierno, el vaho tempranero saliendo de su boca recién cepillada con dentífrico de menta fuerte. Frotarse las manos en busca de una fricción que le ofreciera el calor que se escapaba raudo de entre sus dedos. Esas mañanas eran sinónimo de que otro nuevo día empezaba y quién sabe, igual de entre toda aquella multitud humana, de los cientos de miles de personas con los que se cruzaba cada día, quizá tan sólo una podría ignorar las tontas evidencias y apreciar lo especial que realmente era.