Dulces esencias

viernes, 11 de marzo de 2011

Hospitales

En un hospital todo huele a aséptico fingido. Es raro, es inquietante...es un lugar donde se mezcla la esperanza con la muerte. Estar en un hospital duele, a cada uno de una forma diferente. Al señor sentado de enfrente le tiembla todo el cuerpo pero tiene una sonrisa medio perfilada entre sus arrugas de mazapán, una mujer anciana tiene un pie escayolado y yo no sé de dónde sacará las fuerzas pero agarra sus muletas como no podría hacerlo yo. Luego están los de las camillas, almas en pena, resignadas a lo que tenga que ser; y las largas esperas en sillas de madera que ya han visto más de lo que querrían ver. Los hospitales también son un paraíso fiscal de Blackberrys y chicas con moños altos de vaqueros ajustados, es perturbador, dos enormes perlas han tomado el poder y reinan sobre ellas todas, como un Señor Oscuro.


La aversión por los hospitales es una práctica muy extendida, yo no sé lo que sentirá un médico al decir que te vas a morir, que tus sueños se quedan ahí, truncados, a merced de una devastadora y trémula conquista de aquello a lo que todo humano teme. Yo no sé, la verdad, si se les quiebra la voz o yacen enteros, ahí, quietos y rígidos en su silla monárquica sabiendo que por dentro hay alguien que se deshace y al que vencen todos sus resortes oxidados. Yo no sé, la verdad, si esos ojos cristalinos del doctor desprenden melancolía o una estela de costumbre compasiva que se borra con el eco de una puerta mal cerrada y el llanto ahogado del que se Va.

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